Es chilena pero desde los 22 años Javiera De La Fuente vive en Sevilla, España. Se fue persiguiendo un sueño de adolescencia: conocer Andalucía y estudiar con maestros y maestras del flamenco en su tierra. No lo planeó, pero se terminó quedando, y hoy se dedica profesionalmente a la danza y a investigarla en el centro de producción de este arte tradicional, que la mantiene desafiada y apasionada, y que conecta con las raíces folclóricas chilenas.
¿Cómo fue tu primer acercamiento con el flamenco?
Yo descubrí el flamenco de una manera bastante azarosa. En la infancia hice gimnasia rítmica y tuve una formación clásica de ballet, pero me lesioné y no pude seguir compitiendo. Empecé a probar otras cosas, varios tipos de baile, entre ellos el flamenco. Siempre lo cuento como un flechazo: no había nada que yo pudiera haber heredado, no se escuchaba en mi casa, pero mi madre y mi abuela me llevaban al teatro y a ver danza, entonces conocía a algunas compañías de flamenco y con mi mamá decidimos probarlo. Fui a una clase de sevillana que es lo más sencillo, y de repente me vi totalmente involucrada y comprometida y con mucha pasión, incluso con un poco de obsesión.
El flamenco es un arte tan complejo a nivel técnico y tan amplio a niveles de referencias, que el camino es muy largo, y esa cosa desafiante te hace querer estar muy dentro o querer soltarlo, y yo me quise quedar.
¿Qué fue lo que te atrajo del flamenco como disciplina?
Todavía me lo pregunto, qué me hace conectar tan profundo con esto. Uno siente que desde Chile, aparentemente es un arte que a uno no le pertenece, que no es propio, y sin embargo lo sentí propio desde el principio, y pienso que tanto en ese momento como hoy, lo que me atrae y me sigue enamorando del flamenco, es por un lado ese código de comunicación que tiene. Es tan rico en todo eso que le compone, que es capaz de expresar y llevarte a lugares muy profundos de investigación tanto física como emocional e intelectualmente, a unos lugares bastante universales. Es un código muy eficiente para verte expandida como artista, para comunicar desde la veracidad, desde esa cosa pasional que la gente atribuye al flamenco, pero que no es solo eso, y desde una complejidad técnica que te mantiene desafiada y luego te da unas herramientas muy amplias para contar, para crear. Desde esa riqueza se llega a una calidad de movimientos muy amplia.
En ese sentido, ¿cómo definirías el flamenco?
Yo entiendo el flamenco como un lenguaje y un lugar muy fértil para la investigación desde el movimiento y desde el pensamiento.
Quizás es algo paradójico, por un lado defiendo el flamenco como una expresión que puede ser universal y que puede alcanzar cualquier parte del mundo, y por otro lado entiendo que su contexto de producción está bastante localizado, y pasar por Andalucía o quedarse aquí te hace conectar con esta expresión de una manera más profunda, básicamente porque está en el entorno. Además, el flamenco se vive solo en algunas familias, no en todas, aún aquí es un arte que considero bastante elitista, no cualquiera puede hacerlo, participar de él o comprenderlo. Entonces tiene todas estas paradojas y contradicciones que para mí lo hacen más interesante y más fértil al momento de crear e investigar.
Eres conocida por mezclar géneros, disciplinas y discursos en tus performances ¿Crees que existe una conexión entre el flamenco y la música folclórica chilena? ¿Cuál sería esa conexión?
Hay cosas muy concretas que unen al flamenco y las músicas latinoamericanas. Hay un innegable vínculo, un componente andaluz en nuestra idiosincrasia latina y en nuestra herencia. Somos pueblos mestizos, y en nosotros hay un hito fundacional, que es la conquista, la mezcla de España con los pueblos indígenas americanos. Ahí hay un lugar de intercambio y de composición de nuevas formas populares, expresivas, artísticas y culturales. Si uno analiza un poco y vive el folclor chileno, está claro que lo que está ahí es el mundo indígena, el mundo afro y el mundo español. El ejemplo más básico es la cueca, su ritmo es parecido al de la bulería, aunque también hay quienes dicen que se relaciona con la sevillana y con el fandango, o sea, con algunos de los estilos populares andaluces que se intercambiaron desde hace muchísimo tiempo con nuestras expresiones originarias. Desde ahí no es difícil establecer la conexión.
Lo que a mi me interesa hoy es desmitificar la pureza del flamenco, siento que eso tiene que estar en constante apertura y revisión, el arte es un constante diálogo y una multi influencia. Las investigaciones más recientes que enriquecen la historia del flamenco, ponen en un lugar de importancia los aportes que desde el principio hizo la música afro-caribeña, desde las comunicaciones entre el mundo andaluz colonial y postcolonial con la esclavitud. Las posibilidades que surgieron entre esclavos, navegantes, en este mundo popular que es árabe, andaluz, caribeño, indígena y afro, todo eso está desde los principios del flamenco, y para mí y mis trabajos, esa mutua influencia existe desde el principio y en diferentes referencias.
¿Qué sientes cuando bailas? ¿Qué te gusta comunicar?
Lo que la danza significa en mi vida y lo que siento cuando la practico es bastante absoluto. Son parte de mi práctica diaria, es mi forma de expresión pero también el baile es una expansión de mí misma, es una forma de ir más allá de mis límites, mentales y emocionales, un mecanismo de transformar la realidad y mi identidad. Hay una cosa evasiva, cuando no bailas eres algo y cuando bailas eres todo eso y otras cosas de ti misma. Siento una conexión muy grande con lo que está más allá de mí, llámese otras personas que bailan conmigo, los artistas que acompañan esa danza, el público que lo recibe, las que bailaron antes que yo, las que vendrán.
Hay algo espiritual, una manera de llegar a estados en otros campos de la realidad. Lo que siento es eso, una especie de abandono del ser, del yo, y por otro lado la expresión más profunda del yo, como si llegaras a un núcleo de tu ser, el más auténtico, y que es capaz de comunicarse con todo lo demás. Eso mismo es el mensaje: la danza y el cuerpo son el medio para conectar entre nosotros y también para investigar y proponer muchas formas de ser.
¿Cómo definirías la escena de la danza en Chile?
Yo vivo la escena de la danza desde fuera, aún cuando voy cada año, y lo que yo podría apreciar es que ese mundo es totalmente heroico. La danza es una disciplina que es la gran olvidada en las artes, no existen las grandes estructuras de educación, difusión y programación como para que el bailarín o bailarina se desarrollen de una manera digna y no heroica. Es una disciplina que está totalmente precarizada y al mismo tiempo eso hace que la danza en Chile sea un lugar de resistencia, y eso es super interesante. Quien se dedica a la danza en Chile está dando las peleas y las batallas de toda una sociedad, porque es un lugar al margen del sistema, de la cultura oficial, de las instituciones. Hay proyectos como NAVE, el GAM y Las Tesis, que están poniendo las artes vivas en un lugar más central, pero la danza en Chile sigue siendo política porque tiene todas estas cualidades de supervivencia, y eso la hace para mí completamente rica y referencial, al mismo tiempo que es una vergüenza y una lástima que esté tan abandonada. Veo el mundo de la danza en Chile con mucha admiración y a la vez con indignación, porque no creo que tenga el lugar que debería tener.
¿Por qué dirías que es importante la danza para la cultura?
Pienso que la danza es fundamental para la cultura, porque es un arte profundamente democrático: todos y todas somos cuerpos en movimiento, entonces a partir de ahí, con o sin tanto contexto, el que un cuerpo se ponga en exposición y se mueva para contar algo o para comunicar su interior, o para ser parte del exterior y conectar con otros cuerpos ahí presentes, me parece algo bastante inherente al ser humano y eso hace que la experiencia de la danza, tanto desde dentro como desde fuera, para mí tenga mucho poder.
A través del cuerpo podemos crecer y expandir nuestra forma de pensar y convivir, y en ese sentido la danza debería tener una presencia y un lugar de mayor importancia, porque es una gran fuente desde donde convivir de una manera sin que existan las diferencias que hoy existen, a niveles culturales socio culturales, económicas. La danza nos pone desde un lugar de humildad, en que todos somos seres humanos, y esa cosa tan básica, tan elemental, me parece que debería estar en el centro de la educación, del pensamiento y del consumo de la cultura.
Mira a Javiera De La Fuente poniéndole toda la pasión al flamenco en su proyecto Envioletá, que busca mostrar parte del legado poético, sonoro y performativo de la cantora chilena Violeta Parra a través del flamenco: